De FENRIR # 6
En enero 2013, unos tres años después de que la excavadora petrolífera en alta mar maniobrada por la British Petroleum (BP) explotara en el Golfo de México el 20 de abril 2010, un tribunal estadounidense ha deliberado que la BP y sus socios de excavaciones son responsables de la explosión (además del homicidio de 11 trabajadores que han muerto en la explosión, y de haber mentido al Congreso sobre la causa del derrame). Como resultado de aquél incidente, grandes cantidades de petróleo han contaminado el océano, las playas, los corales de las profundidades marinas, los refugios y el hábitat de los animales salvajes, en el derrame a mar abierto más grande de la historia de la industria petrolífera (el petróleo ha estado saliendo sin parar durante cinco meses y probablemente ahora aún está goteando). Se ha dado la culpa al hecho de que la BP y sus empresas asociadas habían hecho una serie de cortes a la mercancía para terminar el pozo petrolífero más deprisa, además de la escasa manutención de sus infraestructuras y del equipo con una cualificación insuficiente. La enorme compañía petrolífera con base en el Reino Unido ha sido condenada a pagar 4 mil millones de dólares como indemnización – como si un daño así pudiese repararse con dinero, o a través de la “justicia” – y ahora está más activa que nunca en el Golfo de México, con siete instalaciones de excavaciones. Desde el derrame, la BP ha invertido grandes cantidades de dinero para “limpiar” su propia imagen como compañía ecosostenible, para las Olimpiadas de Londres 2012; y obviamente continúa saqueando y devastando la Tierra como siempre.
En el mismo momento en el que dirigentes, periodistas y ciudadanos cierran el capítulo sobre esta atrocidad, en el Golfo de México están surgiendo preocupantes repercusiones a causa del derrame. Cada día crece el número de langostinos, cangrejos y peces mutantes, deformados por las substancias químicas que han sido esparcidas durante el desastre. Los componentes tóxicos que utiliza la BP para disolver el petróleo derramado se conocen por ser mutantes. Los langostinos, por ejemplo, que tienen un ciclo de vida corto, han visto reproducirse tres generaciones des del desastre, y esto ha dado tiempo a las substancias químicas a entrar en su genoma.
Darla Rooks, de Port Sulfur, Luisiana, cuenta que ha encontrado cangrejos “con agujeros en la cáscara, cáscaras con todos los puntos quemados y que en consecuencia habían perdido todas las espinas de las cáscaras y las tijeras se habían ido, cáscaras deformadas, y cangrejos que estaban muriendo dentro… aún están vivos, pero los abres y apestan como si llevaran una semana muertos”. Está encontrando langostinos con crecimientos anormales, langostinos hembras con sus crías aún pegadas, langostinos sin ojos, y langostinos con las branquias llenas de petróleo. “También estamos viendo peces sin ojos, y peces incluso sin órbita, y peces con lesiones [la media es del 20-50%], peces sin cobertura en las branquias, y otras grandes masas rosas que les cuelgan de los ojos y de las branquias”.
Después del inicio del desastre de la BP se han contado centenares de delfines muertos en la zona, con causas que van des de una grave anemia hasta al cáncer en el hígado y en los pulmones. Los delfines están asimilando lo que encuentran en las aguas. El petróleo se está abriendo camino a través de la cadena alimentaria (entrando en el placton) y los delfines sufren las consecuencias. Las substancias químicas entran en su grasa: cuando las hembras están embarazadas, sus crías dependen de esta grasa, y así los delfines tienen problemas de desarrollo y nacen fetos muertos.
Este daño asesino es irreversible: a causa de la sed de las multinacionales petrolíferas de sacar provecho de la naturaleza y de la dependencia petrolquímica de la sociedad moderna que las justifica, el Golfo de México está asustado por el “desastre industrial”. Pero en realidad la industria es inseparable de sus desastres, es desastre. En cualquier sector donde una persona decida hacer carrera, un modo de vida basado en la “extracción de recursos” (lees: eliminación de hábitat natural, contaminación de bio-regiones enteras), sobre procesos mecanizados (la tiranía de la eficacia, el complejo progreso tecnológico y científico para superar la autonomía y el conocimiento humano, la rígida división de las tareas y de las competencias) y sobre el trabajo dividido en clases (esclavitud salarial, especialización, sumisión a la máquina social) es una catástrofe para la biodiversidad en particular, para nuestra propia capacidad de tener vidas libres, y para la naturaleza salvaje en general.
Tomando como ejemplo este caso, decidimos el destino de los ambientes marinos a causa de la extracción, del transporte y del consumo petrolquímico. Ante todo, un tipo de catástrofes como el “derrame” (un término tan pasivo que está privado de cualquier responsabilidad…) de la BP en el Golfo de México nunca se ha resuelto. El problema simplemente se desplaza. Cuando los especialistas hablan de “restablecimiento” se ríen de la diversificación del ecosistema que había antes del incidente y que después queda destruido: el petróleo/ desechos tóxicos/ residuos tienen que ir a alguna parte. Ponen en el mismo plano la relativa estabilidad biológica post-desastre con el “restablecimiento” cuando los productos tóxicos han sido dispersados y diluidos, en el océano que acumula cada vez más veneno. En el Golfo de México aún hay más de 200 millones de litros de petróleo en las aguas donde hubo el incidente de la BP.
Las llamadas soluciones tecnológicas para “gestionar” las catástrofes, como muchos de los falsos remedios de la civilización para sus propios desastres, son el inicio de nuevos problemas. Durante el derrame en el Golfo de México, la BP hizo un terrible experimento esparciendo al menos 1.9 millones de litros de disolvente Corexit, incluidos microbios genéticamente modificados/ bio-ingenierizados que supuestamente se “comieron” el petróleo – lástima que estas propiedades han sido groseramente sobrestimadas. Las bacterias esparcidas han creado una substancia que cuando se ha mezclado con el petróleo aún ha sido más tóxica, reduciendo los niveles de oxígeno en el agua y mutando a sus habitantes. Además después de haberse esparcido por el aire y de haber vuelto junto a la lluvia se sospecha que estas bacterias son responsables de una epidemia de misteriosas erupciones cutáneas en las zonas cercanas a la orilla. Los trabajadores responsables de las limpiezas post-desastres han sido rociados directamente con el Corexit (conocido por dañar el sistema respiratorio y el sistema nervioso central, causar deformaciones a embriones o fetos y ser cancerígeno) y amenazados de ser expulsados cuando han pedido máscaras de gas para trabajar, porqué “se habría dado mala imagen en los mass media”. Para las multinacionales implicadas, solo se ha tratado de un desastre en el plano de las relaciones públicas, no de un desastre tecnológico o ecológico.
Y la noticia más dura es que estos enormes “derrames” de petróleo son habituales. El derrame de la BP en el Golfo de México ha sido masifico (hasta 20 veces más grande que el conocido incidente del 1989 en Alaska en el que la nave Valdez de la Exxon vomitó 11 millones de litros de petróleo en una bahía en la que había una de las más ricas concentraciones de animales salvajes del Norte de América), y el daño no puede ser subestimado. Pero aparentemente, en el Golfo de México hay incendios y explosiones decenas de veces cada año, y antes del incidente de Valdez hubo alrededor de 600 derrames de petróleo menores (sin contar los que no se han hecho públicos). Después de Valdez, hubo otro derrame a lo largo de la costa oeste del Galles en el 1996 que fue casi el doble de grande, pero en comparación tuvo poca atención mediática. Después de dos meses del incidente de la BP, la empresa TransAlaska ha llenado 1000 barriles de petróleo crudo, y el mismo día una nave mercantil en el Estrecho de Singapur ha chocado con una petrolera versando 25.000 toneladas de crudo. En diciembre del 2012, un barco se ha quedado atascado (no había nadie en el timón – la tecnología con piloto automático presumiblemente ha cometido un error) en Paupa Nuova Guinea, poniendo en riesgo la vida marina increíblemente diversificada, los arrecifes de coral y las selvas de manglares de aquella zona, llenando de petróleo 115 metros del litoral. La BP no es nueva en las catástrofes, como testifican por una explosión en una refinería de Texas City en el 2005, y así sucesivamente. Con la dependencia petrolquímica, los derrames de petróleo y de desechos tóxicos acompañan a esta industria en cada paso de su camino.
La mentira que nos venden los medios de comunicación, el Estado y la industria es que cada uno de estos desastres (y síntomas) puede ser resuelto separadamente del hecho de que la civilización industrial (la enfermedad) se basa en la degradación de la Tierra viva. La representación que la cultura dominante da de los grandes desastres (o incluso las amenazas ecológicas globales que acompañan al resto de la sociedad moderna que -aún- no ha tenido que afrontar los derrames de petróleo, el aire crónicamente contaminado, el caos climático, la desertificación, etc.) puede volverse una fuerza paralizante. Esto sucede cuando nos encontramos frente a imágenes tan horrorosas dentro de un discurso autoritario que no ofrece ninguna alternativa a la completa dependencia de la ciencia y de la tecnología industrial para “resolver” sus propios problemas.
Sin embargo, lo que hay que entender es que el verdadero desastre, la verdadera atrocidad, la verdadera devastación es la continuación de la cotidianidad en la civilización industrial. Pensar en estos acontecimientos que los medios presentan como aberrantes en relación a la manera de actuar global en esta sociedad solo sirve para falsificar lo que en realidad es constante, cotidiano y asesino. Es verdad que la muerte del 20% del atún de aleta azul en la zona más importante y en la temporada en la que se depositan los huevos en el Golfo, a causa del derrame de la BP (el pez tarda cerca de 15 años en llegar a adulto) muestra el brutal desinterés que la industria tiene hacia las víctimas predestinadas de sus desastres inevitables. Pero las reservas de huevos ya habían descendido un 82% en el Atlántico occidental durante los 30 años anteriores. Los atunes de aleta azul son de los peces más grandes y rápidos del mundo, además de ser los que corren más riesgos de extinción entre las especies de atún, hecho que ha causado que algunos grupos se movilicen en su defensa. Para poner solo un ejemplo, en julio 2011 un grupo subacuático del Frente de Liberación Animal saboteó una empresa pesquera en la bahía de St Pauls cerca de Malta, cortando las jaulas-redes y causando 95.000 $ de daños.
Por lo que respecta al petróleo derramado, la mayoría de los centenares de millones de barriles de petróleo que flotan sobre las aguas del mundo no provienen de incidentes sino de la limpieza del equipamiento y motores de los barcos y de otras actividades absolutamente rutinarias. “Todo como de costumbre” significa un constante derrame de petróleo incluso sin que nada “vaya mal”.
La próxima frontera en alta mar sobre la que la industria petrolífera (incluida la BP) quiere expandirse es el frágil e inmaculado Ártico. Irónicamente, excavar en el lejano norte se ha convertido en la manera más fácil de calentamiento global, ya que el Ártico se está calentando más rápidamente que cualquier otra parte del planeta, y el 13 % de las reservas de petróleo escondidas yace debajo de la capa de hielo que se disuelve rápidamente en estas tierras nórdicas. En las profundidades de las aguas del Ártico, la respuesta a un derrame de petróleo sería mucho más complicada a causa del frío, de los fuertes vientos, de los bloques de hielo que se despegan y, en invierno, de la poca luz solar. Si hubiera una explosión y no pudiera taparse o no se pudiera excavar un túnel de emergencia antes del invierno, el estallido actuaría durante todos los meses invernales, con gas y petróleo que saldrían de debajo del hielo, absorbidos por las placas de hielo flotante y transportados por la corriente. En primavera el petróleo cubriría una superficie enorme. Como siempre, la industria nos asegurará la casi imposibilidad de incidentes, algo que ya es familiar: antes de la explosión de Deepwater Horizon, se llamó a la calma de manera similar respecto a las excavaciones en alta mar en el Golfo de México.
La carrera global de las potencias mundiales – gobiernos e industrias – para asegurarse los últimos recursos de petróleo para explotar ya ha empezado. Se están utilizando los métodos más destructivos incluso para el combustible de más baja calidad: por ejemplo el fracking para extraer gas del subsuelo [también llamado gas de lutita o gas pizarra], con consecuencias catastróficas como la contaminación de acuíferos, terremotos, o el súper proyecto “Tar Sands” en Canadá (en el que obviamente la BP está implicada).
Considerando que el capitalismo actual depende completamente de los combustibles fósiles por cualquier cosa, des de la medicina hasta las comunicaciones y la agricultora, lo impensable – el fin de la expansión económica alimentada con esos combustibles – está empezando a perturbar los sueños de los ricos y de los poderosos. Como todos los imperios cuando están por alcanzar el fin, la sociedad petrolquímica crea una espiral destructiva y sin salida. No tenemos manera de saber que hay de verdadero en el remolino de afirmaciones sobre el “pico de producción máxima de petróleo”, los recursos energéticos alternativos, y la brujería nanotecnológica que, según sostienen, podrá crear carburante a partir de materias primas que actualmente son inutilizables (petróleo crudo de baja calidad) y transformar virutas de madera o incluso hierba transformada en etanol para bio-carburante.
Lo que sabemos es que sus soluciones son tan asesinas como sus problemas, como lo demuestran con las expropiaciones de tierras, la pobreza y las revueltas en el Sur del mundo al aumentar los precios de los cereales por culpa de la producción de biocombustible para los países del Norte (se calcula que en el 2020, en Europa la contaminación matará al menos a 1400 personas al año). Los orangutanes se están extinguiendo a causa de la deforestación de los bosques que son substituidos por plantaciones para producir aceite de palma; las turbinas de viento se extienden por el territorio substituyéndose al hábitat natural; y hay inundaciones de las empresas hidroeléctricas que destruyen poblaciones y ecosistemas en cada continente.
Lo que sabemos es que la narrativa científica e la industrial de hoy no tiene ninguna concepción del límite, por lo tanto en vez de afrontar lo inevitable (la no disponibilidad de los medios para hacer efectivo y administrar su régimen ecocida) existe una práctica difundida de negación, a nivel social.
El saqueo actual de los recursos es un desastre social y ecológico (en nuestra civilización estos dos aspectos se consideran por separado): en todo caso si intentas imaginar un futuro luminoso de energía eólica/solar/hidroeléctrica, el contexto general continuaría previniendo una coordinación centralizada (por ejemplo el poder centralizado de especialistas o tecnócratas), infraestructuras de transporte y distribución que pasan por zonas naturales salvajes, trabajos peligrosos y de explotación en la construcción, una guerra continua para el control de las regiones estratégicas, y la contaminación ininterrumpida por culpa de las refinerías, las minas y las fábricas que producen incesantemente.
Aún es pronto para decir si las alternativas al petróleo llevarán la civilización industrial a superar la “crisis” del combustible fósil, o si el monstruo tropezará y se destruirá para convertirse en algo totalmente diferente (pero la explotación, el dominio y el control salvaje indudablemente aún permanecerán en los programas de los poderosos) no tenemos la intención de permanecer simplemente a la espera de lo que sucederá: aunque los acontecimientos globales están más allá de nuestro alcance, preferimos la dignidad de la revuelta violenta contra la máquina y sus técnicos, el rechazo de sus manipulaciones dictatoriales y de su producción tóxica.
Dentro de las infernales ciudades, en las zonas industriales y donde se encuentran las estructuras más aisladas, hay infinitas posibilidades para atacar a las empresas responsables de las excavaciones, de la producción y de la distribución de automóviles, las gasolineras, las oficinas de los dirigentes y los vehículos empresariales, los políticos que van de la mano con el Capital, y los medios que promueven los supuestos “beneficios” del desarrollo industrial y que son cómplices de ocultar i minimizar las atrocidades. Podemos tomar ejemplo e inspiración de las poblaciones de las tribus que están sacando los oleoductos de su hábitat indígena y están derribando las torres eléctricas; de las células de guerrilla urbana anarquista que realizan explosiones nocturnas y daños contra las sedes y compañías eléctricas y los bancos que financian grandes obras industriales; de los combativos cortes de calles de los “Luditas contra la Domesticación de la Naturaleza Salvaje” en México, de las huelgas salvajes de los trabajadores de las instalaciones de excavaciones en Kazhakistan; de la lucha de guerrilla en Nigeria contra la extracción de petróleo; de los sabotajes de las gasolineras del Frente de Liberación de la Tierra en Roma o de los sabotajes de la construcción de la autopista en Rusia y Ucrania… Además, en octubre 2012 un importante dirigente de la compañía petrolífera Exxon-Mobil fue asesinado de un disparo al salir de un restaurante en Bruselas. Ha habido muchas hipótesis sobre su muerte, desde un atraco frustrado hasta una ejecución por parte de criminales organizados, o una venganza relacionada con su carrera o con el espionaje, pero no podemos descartar la posibilidad de que haya sido el objetivo de una consciente violencia libertaria. Y, obviamente, muchas personas también están trabajando para crear (y descubrir) modos de vida no-dependientes-del-petróleo en desacuerdo con la mega-máquina global, mientras luchan para destruirla…
La atrocidad de la Deepwater Horizon, y la devastación total de los mares y de los océanos de la Tierra solo son –como si las necesitásemos– dos razones más para armarse contra el orden mundial de nuestra época. Bajo el puño de hierro del industrialismo, en los océanos que antes estaban llenos de vida se están reduciendo el número de peces por culpa del envenenamiento y el saqueo, está habiendo una lenta pero inevitable muerte de enteros arrecifes de coral, masas de desechos de plástico flotantes, acidificación y contaminación del agua. Del 70% de la superficie del planeta cubierta por agua, cada vez hay más zonas en las que incluso la población de placton está disminuyendo enormemente. Según estudios recientes, las miles de especies de microorganismos que se encuentran en las aguas superficiales, que forman el placton, gracias a la fotosíntesis clorofiliana producen el 50% del oxígeno del planeta que nos permite respirar. ¿Por cuánto tiempo podremos seguir adelante si el sistema continúa sin parar – o visto que hoy estamos viendo los efectos sobre el ambiente de las actividades de la civilización de hace decenas de años, incluso si se derrumbase mañana-?
Los océanos han sufrido fuertes desequilibrios a causa del calentamiento global producido por los procesos industriales, con el efecto de tiburones divisados cerca de la costa en Rusia y pájaros y peces tropicales en los fiordos (valles formados por glaciales que se hundieron en el mar quedando en forma de golfo) de Noruega, mientras que el hielo polar pierde miles de millones de toneladas de agua. El aumento del nivel del mar global ya se está tragando municipios de las costas como el Kowanyama en Australia, donde el cruel resultado del capitalismo global golpea a algunas de las poblaciones menos implicadas en primera persona en la sociedad industrial. El aumento de las temperaturas causa súper-tormentas y ciclones cada vez más destructores, a medida que desaparecen las bahías de las ostras y los arrecifes de coral que hacían de barreras naturales.
Quizás los océanos son una de las últimas fronteras de lo salvaje. Están heridos pero aún no están realmente colonizados como lo está buena parte de la Tierra. Se ha dicho que la ciencia conoce más de Marte que de las profundidades marinas – aunque, lamentablemente, hay científicos que hablan de los “enormes beneficios biotecnológicos” que habrá al patentar e idear nuevos usos para genes descubiertos en el mar, en la obsesión de obtener el inventario completo de las especies marinas. A causa de esta dificultad de domesticarlo, el mar ha sido relegado a una de las esferas menos valoradas de la civilización, mostrado como una vasta extensión sin alma de la que coger carburante y peces, y en la que descargar basura y substancias demasiado tóxicos para ser aceptadas para el público de la tierra (como las aguas radioactivas del último “incidente” en Japón, y materiales radioactivos en general).
Hay otros experimentos locos en curso: la ‘captura y el secuestro de carbono’ con derrames de grandes cantidades de CO2 en el mar, o la prueba de ‘geo-ingeniería’ que ha perdido el control y ha descargado 100 toneladas de sulfato de hierro en el Océano Pacífico para “atrapar el carbono” – causando el florecimiento de una alga tóxica artificial en 10.000 kilómetros cuadrados a mar abierto. Pero aún que la cultura dominante pueda ver las aguas abiertas como adversas o incluso hostiles, aún queda la herencia de muchas culturas humanas – aún conscientes de la profunda interconexión de cada forma de vida – un profundo respeto por lo que está considerado por el autor John Ruskin “el mejor emblema del poder incansable e inconquistable, la variable, salvaje, fantástica, indomable unidad del mar”.